No me arrepiento de este amor

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Por Miguel Córdoba

Basta de bailecitos, trolls y big data. Tras el anuncio de la fórmula Macri – Pichetto, es dable esperar que no se trate de una maniobra meramente electoral, sino de un cambio significativo en el rumbo del gobierno.

Luego de cuatro años volvimos al mismo punto de partida. Toda la política argentina se resume en kirchnerismo y antikirchnerismo. La “amplia avenida del centro” resultó ser una ficción. O como dice un amigo, a esa avenida le pusieron un metrobús que empujó todo el tránsito hacia ambos lados. Si alguien se pregunta de qué lado están Lavagna-Urtubey, fíjese a quién le resta votantes en primera vuelta.

La estrategia “duranbarbista” de polarización con el kirchnerismo había sido exitosa hasta ahora, pero no contaba con el hecho que los resultados de la gestión que encabeza Marcos Peña, serían a tal punto horribles que darían al kirchnerismo la posibilidad de por fin vencer a Cambiemos. Y el miedo no es zonzo. Los radicales, que de esto saben tanto como de pelearse entre ellos, recordaron el escaso margen con que se ganó en las nacionales de 2015 y viendo que los triunfos de Mendoza y Jujuy fueron ahora mucho más ajustados que entonces, encendieron las alarmas.

Despejado el camino de terceras vías competitivas, desde el punto de vista electoral, para el gobierno era necesaria una fórmula que equipare la potencia de la fórmula Fernández/Fernández, la única opositora. La que finalmente aceptó Macri se verá qué tanto lo es, pero su anuncio tuvo al menos el mismo impacto que la otra. Y los mercados la entendieron en el mismo sentido. Tanto la inclusión de Alberto Fernández como la de Pichetto, aportan sensatez y menos sectarismo a ambos espacios. Ninguno de los dos aporta votos, pero suavizan las características que ahuyentan votantes de ambos espacios.

Volviendo a Pichetto, seguramente han evaluado que difícilmente espante muchos votantes antiperonistas –que los hay y muchos dentro del PRO/Cambiemos- y que si bien no aporta muchos votos, adelanta gran parte de los que seguramente obtendrá Macri en segunda vuelta, despejando definitivamente el riesgo de una derrota en la primera. Y después habrán ponderado sus seguros aportes a la gobernabilidad, tanto por su relación con gobernadores como con sindicalistas.

Claro que deberán hacer algunas adecuaciones estéticas. No creo que en Costa Salguero aparezca algún bombo, pero espero que de una vez terminen con esas fantochadas de globos amarillos y bailecitos ridículos al son de la música de Gilda o Tan Biónica. Supongo que Pichetto apenas tolerará que a partir de ahora se refieran a él como “Miguel”, bien al estilo PRO, sobreentendiendo su apellido.

Finalmente quiero referirme al fondo. Porque de lo contrario nos olvidamos de lo que más importa en la política: su finalidad.

“Peronistas somos todos” decía el General Perón. Y en cierta forma tenía razón. Además del hecho que para ser peronista no existe mayor requisito que proclamarse como tal, a esta altura es difícil encontrar algún político que no levante las banderas históricas del peronismo. Al menos políticos con posibilidades de acceder al poder.

Ciertamente debo admitir que algunas características del peronismo como el autoritarismo, me hubieran dificultado sentirme peronista con Perón en vida. Claro que quien escribe siempre tuvo la panza llena y tal vez por ello le asigna tanta importancia a las libertades individuales y los valores republicanos. Mis amigos “progre”, que a diferencia mía nada simpatizan con Perón y descubrieron el peronismo con los Kirchner, sabrán disculparme.

Pichetto tal vez represente lo mejor del peronismo. Su preocupación por el desarrollo de nuestras potencialidades, por la generación de empleo, por un relacionamiento inteligente con el mundo, por el respeto a las instituciones, etc., mezclado con componentes modernos como su posición favorable al aborto, lo torna muy interesante. En ese sentido contrasta con  las preocupantes posturas manifestadas por Alberto Fernández en los últimos tiempos, por ejemplo en torno a la Justicia. Seguramente por esa natural sobreactuación de lealtad de los conversos (en su caso doblemente converso).

Esperemos que la incorporación de Pichetto marque un cambio de estilo en la forma de gobernar, un cambio en la toma de decisiones. Que retornen los que saben y se fueron, como Melconian. Que signifique una mayor predisposición al diálogo y franca apertura, hasta ahora solo promovidos por hombres como Monzó o Frigerio. Solo así se lograrán los consensos necesarios para enfrentar los graves problemas que hasta ahora no han podido ni sabido resolver.

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