En el aniversario de la muerte de Eva Perón, el escritor y polítólogo Carlos Caramello recorre la memoria emotiva que su nombre genera en millones de argentinos.
Dos lugares hay para guardar la memoria: la cabeza y el corazón. Uno puede recordar, como en un desvelo, imágenes, sabores, nombres con una sonoridad tan devastadora que, con apenas pronunciarlos, provocan estampidas de evocaciones: algunas mágicas, otras demasiado tristes. Pero siempre es la cabeza la dueña de esas memorias. El intelecto jugándole trampas al individuo. La psiquis fabulando emociones.
Hay otras ternuras que no se piensan. Alumbran como un dulce dolor que se agita en el costado izquierdo cuando la memoria asalta desde atrás, por sorpresa, sin siquiera anunciarse. Y, a diferencia de lo inteligible, esa sensación -que resume la pasión y el ensueño-, horizontaliza en todos los que son (somos) capaces de sentirlo.
Le pasa al Pueblo con Evita. Con esa Mujer hecha metáfora de fogosidad y compromiso. Con la estampita viva y perpetua de la madrecita de los descamisados, la reina de los cabecitas negras, de abanderada de los grasitas que aún oramos en su nombre.
Mi amiga, la “Negra” His (y si esa compañera no es el Pueblo, el Pueblo ¿dónde está?) le prende una vela a la imagen de Eva cada vez que desea/necesita/reclama algo importante. Y esa vela arde con una luz distinta a las otras velas. Acaso porque, seguramente, se necesita mucha luz para iluminar tanta mujer.
He sido partícipe necesario de ese rito. El amor que construye la amistad nos vuelve cómplices definitivos. Y eso me impide pensar a Eva sin que se me aparezcan las caras de tantas “Evitas” que me he cruzado por la vida. Acaso sin esa belleza transparente de la compañera de Perón. Tal vez, sin la fragilidad dolorosa. Seguramente sin la eternidad con que la unge el Pueblo. Pero “Evitas” al fin, militándose la calle día a día, sin abandonar, sin descansar, sin arrugar… ni ahí.
Esa memoria es del corazón. O no es.
La progresía globalizada ha hecho ingentes esfuerzos por apropiarse de Eva. Desarraigándola de su amor por Juan Perón, que era como su Patria; subiéndola al álbum de las figuritas con brillantina en donde “El Ché” no es, si no se lo muestra con la boina con estrella roja y Frida Kahlo vale más por su historia de sexo con Trotsky que por toda su pictórica. Esa progresía nunca se sintió atravesada por Evita, aunque a los gritos “No Llores Por Mi, Argentina”, o tal vez por eso mismo, porque ignoran que Eva Duarte hubiese detestado esa canción porque Ella, como cualquier peronista que se precie, estaba por la alegría, por la dignidad, y no por el llanto o la tristeza. Se compraron el Mito pero se perdieron La Mujer. Entre ellos funciona la retentiva pero defecciona la invocación, la plegaria, el rezo.
Y, justo ahí, habita Evita… aunque parezca una cacofonía. Su vida tan corta como intensa fue una disonancia en la vida política de la Argentina. Su figura tan pequeña como inmensa ocupó la escena militante de los albores del peronismo más cerril. Su nombre, cortito, se transformó en la síntesis de todas las palabras importantes de aquella construcción: lealtad, amor, entrega, sacrificio, solidaridad…
Toda ella, su vida, su muerte, su historia, su inmortalidad nació hace exactamente un siglo. Como necesidad, creo, porque la imagino surgiendo como esperanza de los obreros de los talleres de ferrocarril de Junín, que necesitaban una santa local y cotidiana. O se me aparece como el fruto necesario de los millones de voces que aprendieron a expresarse en su palabra. O la supongo edificada por alguna divinidad como puente de amor entre Juan Perón y su Pueblo.
Eva Perón, para mi, nace como Necesidad, vive como Pasión y se proyecta como Certeza. Pero, para comprenderlo, hay que tener un corazón peronista. Las cabecitas progres perfumadas, seguramente, seguirán con su intento de apropiarse del mito pero sólo su Pueblo, el Pueblo de Eva Perón, estará habilitad a llevar su nombre como bandera a la Victoria.
Todo lo demás son naderías. Construcciones de la Mente. Soliloquios vanos de los que nunca podrán dialogar con los trabajadores y trabajadoras. Porque Si Evita Viviera, les gritaría que no están invitados a la fiesta del Pueblo.