Cuando el 30 de diciembre de 2001 se consumó en Chapadmalal un nuevo golpe de estado, Antonio Cafiero estaba allí. No para complotar como algunos. No para hacerle llegar mensajes y presiones a un presidente que intentaba hacer pie en aquellos tumultuosos días. No para “ligar” algún cargo, dado que hacía años vivía tranquilo en San Isidro, sin mayores aspiraciones políticas que la de servir al peronismo. Don Antonio estaba allí fundamentalmente porque era un indiscutible negociador y alguien a quien todos reconocían autoridad.
Cuentan que ese día, mientras sonaban algunas cacerolas frente al portón de la residencia de Chapadmalal y los llamados telefónicos que llegaron de Buenos Aires, Córdoba y Santa Cruz hacían huir a los pocos gobernadores y asistentes presentes en el fallido encuentro, Don Antonio fue uno de los últimos en abandonar el lugar. Hasta el propio presidente había escapado sin preocuparse por los que estaban allí para apoyarlo.
En un escenario que Miguel Bonasso (El Palacio y la Calle) comparó magistralmente con la desesperada huida de los funcionarios de la embajada norteamericana de Saigón, presta a ser tomada por el Vietcong allá por 1975, Cafiero y un par de funcionarios y asesores de la Secretaría de Hacienda de la Nación se encontraron sin transporte, solos y ante el pánico de ser linchados por los manifestantes que supuestamente amenazaban ingresar al predio veraniego. La desesperación era tal que alguien propuso ir hacia la playa y enterrarse en la arena hasta la noche…
En el playón ya no había ningún helicóptero ni auto, pero en un momento vieron pasar hacia la salida una chata desvencijada pero con cúpula. Eran los parrilleros contratados para el evento. Fue entonces cuando la pararon y rogaron ser sacados del lugar, pero cuando abrieron la caja y subió el primero, resbaló y cayó estrepitosamente con su espalda contra un piso totalmente engrasado por haber servido de transporte para la carne y las achuras.
Como no había forma de hacer pie y todos estaban de traje, alguien propuso ir a buscar un colchón al hotel para tirar en el piso de la camioneta y allí sí acostarse todos para escapar sin ser vistos.
Don Antonio se opuso rotundamente: “De ninguna manera, prefiero ensuciarme porque estos tipos nos van a descubrir y encima tirados en un colchón nos van a ……”.
Vaya en esta simpática anécdota nuestro recuerdo a Don Antonio, fallecido hoy y cuyos restos serán velados en el Salón Azul del Senado de la Nación a partir de las 15 horas.