Por Miguel Córdoba
En estos tiempos, uno de los dilemas más profundos que nos atormenta, es si caer en el pesimismo o mantener cierto optimismo. El temor a un escenario digno de una de esas historias de realidades distópicas, nos empuja a pensar si es bueno prepararse para lo peor, viviendo la pesadilla de una paranoia colectiva, o esperar casi despreocupadamente que las cosas se resuelvan naturalmente, desestimando el peligro.
Cuando vemos imágenes de países tan caros a nuestra historia y sentimientos, con sus calles militarizadas, problemas de abastecimiento, etc., algunos se preguntan si es posible que ese escenario se reproduzca en nuestro país.
Aunque la tentación sea grande, es difícil imaginarse que la actual situación pueda ser peor que la de una etapa ya superada. La sociedad está más madura, más atenta. Hay mucha información y circula sin restricciones.
Respecto a las medidas que se han venido tomando, algunas podrán ser más o menos simpáticas para determinados sectores, pero en definitiva hay que reconocer que no hay mucho margen de maniobra y que las mismas están en sintonía con las recomendaciones de organismos internacionales.
Hay algunas malas señales ciertamente, pero también hay otras buenas. Y decididamente ya no estamos queriendo parecernos a Venezuela, cuya actualidad antes mencioné.
En mi opinión deberíamos mantener ciertas expectativas positivas. No hay motivo para sostener que estamos peor que antes. Esta nueva versión del kirchnerismo no se parece mucho a la última. Por suerte. Se parece más a la primera, la del 2003. Tanto es así que muchos ultra cristinistas hablan de “duhaldismo tardío”.
En síntesis, mi recomendación es mantener el crédito abierto para el actual gobierno nacional. Otro día nos referiremos al grave problema del coronavirus.