Por Miguel Córdoba
La historia demuestra la humana tendencia a predecir y a consumir predicciones. Son los datos de nuestra historia reciente los que sustentan mis predicciones.
Hoy asistimos a un considerable florecimiento de consultores y encuestadores, sobre todo en un país que como el nuestro, se apresta a un proceso electoral. Las encuestas –que además son un lindo negocio- se han convertido en verdaderas vedettes de la mayoría de los medios. De hecho en éste, no dejamos de publicar ninguna de aquellas a las que accedemos.
Las encuestas, en algunos espacios políticos, están empezando a reemplazar al voto como tradicional sistema de elección. Basta ver lo sucedido con los candidatos de JxC en Córdoba y con los del PRO en CABA.
La fascinación -y las consecuencias- que producen las encuestas, es hoy tan significativa como la que en otra época provocaban adivinos y pitonisas. De otra forma no se explica el hecho que un candidato o candidata decida correrse de una contienda electoral, cuando nadie dudaría de su competitividad. Obviamente me refiero a Mauricio Macri y a Cristina Fernández de Kirchner.
Cabe señalar que hoy ya no son algún designio divino ni revelación celestial los que nutren de verosimilitud a las modernas predicciones. Todas las encuestas tienen el respaldo de sociólogos, politólogos, etc., que como hombres de ciencia, toman sus recaudos. Por ejemplo repiten a coro que un amplio porcentaje de votantes decide su voto a último momento. Lo que dicho sea de paso, me parece cierto.
Ningún encuestador serio se atreverá a asegurar que su trabajo es una predicción. Por eso hablan de tendencias, fotos parciales, o similares. Todos sus informes, aunque apuntan a determinada conclusión, hacen referencia a distintos probables “escenarios”, errores estadísticos u otros eufemismos o artilugios con los que relativizan sus propias conclusiones, de forma tal de justificar sus eventuales yerros. No pocas veces verificados como muy groseros en los últimos años.
Algún politólogo incluso adquiere varios días de notoriedad prediciendo candidaturas que aún no se han presentado, como la de “Wado-Malena”. Ya que estamos, y siguiendo la lógica de Malamud, yo propondría la fórmula “Axel-Coqui”, y para la gobernación “Cristina-Insaurralde”. De esta forma tendrían una boleta potente que, aunque no venciera, conservaría la mayor parte de los votos kirchneristas para los cargos nacionales, asegurando asimismo que la provincia de Buenos aires quede en sus manos, incluso si al día siguiente de asumir CFK decidiera abdicar para dedicarse al cuidado de su hija y su nieta, tal cual parece ser su deseo.
Dejando los divagues de lado y volviendo al tema que nos ocupa, la politóloga Andrea Kobilsky señala en una nota de 2005: Encuestas, medios y políticos en la Argentina electoral: 1983-2003 (https://www.cadal.org/publicaciones/archivo/documento_42.pdf), lo siguiente:
“Cuestionadas por candidatos y difundidas en muchos casos con escasos recaudos por los medios, las encuestas han protagonizado “guerras” involuntarias orquestadas por los medios en las campañas más competitivas. Han enfrentado y peleado contra iniciativas regulatorias –la más enérgica en 1995, en coincidencia con la proliferación de resultados difundidos ese año –, y sin embargo han sobrevivido a todo.
Hoy se vuelve prácticamente imposible pensar nuestra democracia sin encuestas; éstas se han vuelto un elemento constitutivo del diálogo entre políticos y ciudadanos. Pero es precisamente esta premisa la que vuelve necesario un debate más profundo sobre la conflictiva interacción entre encuestas, medios y políticos, que es la combustión para el funcionamiento de las democracias actuales (…)
El desafío pasa por hacer un uso prudente y responsable de las encuestas en el terreno de lo público, divulgando los datos con un sentido crítico, teniendo siempre presente que son producto de mediciones sujetas a error y que no son predicciones infalibles.”
Datos de nuestra historia reciente y algunas reflexiones
Para los que no lo recuerdan, prefieren ignorarlo o simplemente lo desconocen, en las elecciones de 2003 no ganó Néstor Kirchner. Tampoco ganó Carlos Ménem, aunque de hecho fue el más votado y luego desistió de participar en la segunda vuelta. Hace 20 años triunfó el desencanto en el que estaba sumida nuestra sociedad desde 2001, o desde antes. Las abstenciones, votos en blanco y votos nulos, sumados, fueron la expresión mayoritaria. Por ello escribí por entonces una nota titulada Los tres tristes triunfadores. Así fueron los datos de aquellas elecciones generales:
ABSTENCIONES |
5.550.499 |
21,79 % |
VOTOS EN BLANCO |
196.563 |
0,77 % |
VOTOS NULOS |
345.651 |
1,35 % |
SUBTOTAL “NO VOTO” |
6.092.713 |
23,91 % |
MENEM |
4.741.202 |
18,60 % |
KIRCHNER |
4.313.131 |
16,92 % |
LOPEZ MURPHY |
3.173.584 |
12,45 % |
RODRIGUEZ SAA |
2.736.091 |
10,73 % |
CARRIO |
2.723.207 |
10,68 % |
MOREAU (UCR) |
453.373 |
1,78 % |
IZQUIERDA (MST-PO) |
472.105 |
1,85 % |
SOCIALISMO |
217.387 |
0,85 % |
OTROS CANDIDATOS |
558.617 |
2,19 % |
TOTAL PADRÓN 2003 |
25.481.410 |
100 % |
Elaboración propia en base a datos oficiales. Porcentajes sobre total padrón.
Para ver la evolución de aquel desinterés, desencanto o bronca a través de los años, desechando los resultados de las elecciones legislativas –que de por sí contienen una porción mayor de desinterés-, observemos los porcentajes de las elecciones presidenciales desde el retorno de la democracia:
PRESIDENCIALES |
ELECTO |
NO VOTO |
CONTEXTO |
1983 |
Alfonsín 43,08 % |
16,74 % |
Retorno de la democracia |
1989 |
Ménem 39,72 % |
16,36 % |
Crisis inflacionaria |
1995 |
Ménem 39,17 % |
21,42 % |
Estabilización económica |
1999 |
De la Rúa 38,02 % |
21,39 % |
Crisis de la convertibilidad |
2003 |
N.Kirchner 16,92% |
23.91 % |
Crisis posterior al 2001 |
2007 |
C. F. K. 31,88 % |
29,58 % |
Recuperación económica |
2011 |
C. F. K. 41,03 % |
24,16 % |
Alza poder adquisit. salarios |
2015 |
Macri 26,76 % |
21,61 % |
Estancamiento económico |
2019 |
A. Fernández 37,81 % |
20,68 % |
Fracaso del macrismo |
Elaboración propia en base a datos oficiales. Porcentajes de 1ra. vuelta sobre total padrón de cada elección.
Este cuadro demostraría que el porcentaje de lo que hemos denominado no voto, se ha mantenido en valores relativamente constantes en torno al 22,5 % a partir de 1995, sin importar el contexto histórico en que se desarrollaron las elecciones. Paradójicamente su valor más elevado se produjo en 2007, en momentos en que se percibía un estado de cierto bienestar social y una indudable recuperación respecto a la crisis del 2001. También es justo recordar que en esas elecciones pasaron cosas raras. No es casual que desde entonces comenzó a reclamarse con más fuerza la necesidad de cambiar hacia un sistema de boleta única.
Otra conclusión sería que el triunfo del no voto en 2003 fue debido a la baja atracción que tenían esos 5 candidatos que resultaron más votados con entre 18,6 % y 10,68 % (agrupados en apenas 8 puntos de diferencia). Ménem era el candidato más desprestigiado y el que tenía el techo más bajo. Kirchner contaba con gran parte del aparato del PJ, fundamentalmente el bonaerense, pero cargaba con un bajo nivel de conocimiento en gran parte del país. López Murphy representaba la derecha liberal; era conocido fundamentalmente por su fugaz paso por el gobierno de la Alianza como ministro de economía, ciertamente no muy bien ponderado. Carrió y Rodríguez Saa tenían bastante grado de conocimiento, pero sus núcleos duros estaban concentrados en los centros urbanos de la región central en el primer caso y en la región de Cuyo en el segundo.
Para ser honesto hay que reconocer que las encuestadoras y analistas no estuvieron en 2003 muy lejos de lo que resultó en aquellas elecciones. Los archivos constatan que mayoritariamente coincidían en pronosticar un escenario de gran paridad entre los cinco candidatos más votados. Kobilsky recuerda en el citado trabajo:
“Así se desarrolló una campaña fragmentada y de alta volatilidad –cada candidato tuvo sus cinco minutos de fama en las encuestas, exagerados por los medios–, perseguida por el fantasma de la apatía, y portadora de una única certeza: el ballotage. En un escenario de elevada incertidumbre, las encuestas volvieron a ocupar un lugar central en los medios (…) La paridad sostenida entre los cinco principales candidatos a lo largo de la acotada campaña, y la perspectiva de un final abierto, se convirtieron en terreno fértil para el florecimiento de cálculos, predicciones y pronósticos, a pesar de los intentos de los propios encuestadores por relativizar los números (..)”
Actualmente se observan dos grandes coincidencias entre los encuestadores y analistas políticos: escenario de paridad en tercios bien diferenciados y un gran descontento con la “clase política”. Una tercera coincidencia podría detectarse en que los libertarios de Milei (uno de los tercios) serían los que representan a ese electorado desencantado.
En lo personal tengo mis serias dudas respecto a esto último. Al menos en la magnitud que le están asignando algunos analistas, apoyados en las encuestas. El desencanto y la bronca nunca antes han tenido preferencias por ningún candidato presidencial. Ni siquiera en el año en que se percibían tan significativos como ahora. En 2003 no se volcó a los candidatos de la izquierda, ni al de la derecha, ni a ningún otro. El no voto triunfó sin candidato y con los mismos guarismos de siempre, sólo por el hecho que la oferta electoral de ese año fue poco atractiva, al punto que ningún candidato superó el 19% de los votos. Observemos que a excepción de lo ocurrido en 2003, en toda nuestra historia democrática reciente, ningún candidato vencedor obtuvo menos del 26,76 % del padrón (Macri-2015).
Y en que se repita el resultado del 2003 reside mi mayor temor. Nuestro sistema es sabio y garantiza que de un modo u otro tengamos un presidente electo, con legitimidad de origen. Incluso si alguno de los candidatos más votados decidiera nuevamente no competir en un seguro ballotage, la sociedad volverá a asumir al otro como legítimo, asignándole una tácita mayoría. Ya lo hizo con Néstor Kirchner, de cuya asunción se están cumpliendo 20 años.
Seguramente y pese a lo que hoy señalan las tempranas encuestas, las dos grandes coaliciones pulirán sus estrategias electorales y encontrarán los candidatos, o mejor aún las propuestas, que logren entusiasmar a la mayor parte del electorado. Un electorado que en mi opinión siempre ha votado con su particular inteligencia y alejándose de posiciones ideológicamente extremas, sobre todo en las presidenciales. De lo contrario volveremos a hablar de la victoria del “no voto”, la de esos tres tristes triunfadores.