Por Oscar Lamberto(*)
Los éxitos o fracasos de las organizaciones, tanto de un club, una empresa o del Estado, son siempre responsabilidad de las conducciones que diseñan las políticas.
En general hay una tendencia a trasladar las responsabilidades de los fracasos a terceros: la culpa es siempre del otro, del que estuvo antes, del que tengo enfrente, o los que están afuera.
Es muy difícil reconocer los errores y mucho más difícil corregirlos, parece imposible que un gobernante argentino se pregunte por qué a los vecinos les va bien pese a que tienen el mismo marco internacional.
La responsabilidad primaria de la inflación es del gobierno y sus políticas. Para atenuar las culpas se apela a la idea de que la inflación es multi causal, con lo cual se puede emitir sin límites: si los precios aumentan la razón está en el comportamiento de los privados, y para corregirlo se apela a restricciones cambiarias y a precios máximos.
Decir que sí a todos es el camino asegurado al fracaso, sentenciaba un presidente de Estados Unidos, y esto viene a cuento cuando en medio de un proceso inflacionario desatado existe una maratón legislativa creando promociones y aumentando el gasto sin otro financiamiento que la imprenta.
Como si esto fuera poco la forma de construcción del gobierno no ayuda porque pareciera que los integrantes del Frente de Todos compiten por quién aumenta más el gasto, y lo peor es que predican los efectos beneficiosos de aumentar el déficit público.
Existe un discurso militante contra el ajuste, ignorando que las economías siempre se ajustan, o el ajuste lo conduce el gobierno o lo hace el mercado que es mucho más cruel. Hoy la economía se está ajustando con una perversidad extrema porque la pagan los más pobres.
La última ministra renunciada tenía como modelo al Bel Gerbard, inevitablemente nos obliga a recordar los hechos previos al rodrigazo, precios congelados, emisión ilimitada, aumentos salariales constantes, caída de la producción, inestabilidad política; cualquier comparación con la actualidad, como dicen las películas, es pura casualidad.
Es claro que la política conduce a la economía, pero también lo es que no existen los milagros en economía, no basta la voluntad si se desconocen las reglas básicas.
Por nuestra economía muy dolarizada, las escapadas de la moneda extranjera, como la fiebre en el cuerpo humano, despierta las alarmas y obliga a tomar medidas al borde del abismo. Por estos días alguien en el gobierno tomó conciencia de lo grave de la situación.
Y designaron un nuevo ministro, que generó nuevas expectativas, hizo anuncios muy generales y en el sentido correcto. La primera duda es siempre si pueden concretarse, porque ninguna medida es indolora.
No pedir al Banco Central para financiar al Tesoro es un principio básico, pero en este marco tiene dos caminos de concreción, o una drástica reducción del gasto público resistiendo todo tipo de presiones, o endeudarse en un mercado que desconfía y demanda altas tasas de interés.
Eliminar subsidios a la energía es una necesidad tanto para reducir el déficit como el consumo, porque las importaciones nos comen las pocas reservas que cuenta el país. Esto significa aumento de tarifas con las demandas políticas y sociales que ello implica.
Conseguir dólares para reforzar las reservas del Banco Central mediante préstamos de bancos internacionales, suena bastante quimérico por la conducta histórica del país, el alto endeudamiento y el riesgo país. Como en las finanzas internacionales no hay “dadores de sangre”, si alguien se arriesga no será barato.
Lograr que el campo venda sus cosechas guardadas es la otra gran apuesta, hecho poco probable sin algún incentivo, como un tipo de cambio especial o desgravaciones impositivas.
Además existen graves problemas que afrontar en el corto plazo, el volumen de la deuda en pesos, un déficit fiscal y cuasifiscal que sumados rondan los dos dígitos, y el problema social acuciante agravado por una peligrosa inercia inflacionaria.
Nunca las crisis son iguales porque los actores y las circunstancias son distintas, pero algunos números de pasivos monetarios remunerados se asemejan a las existentes a los fines de la década del ochenta.
Seguramente faltan anuncios ministeriales adicionales pero los problemas a afrontar son lo suficientemente urgentes y difíciles como para poner a prueba la fortaleza de un ministro que parece ser la última ficha que le queda al gobierno.
No obstante los interrogantes siguen: ¿tendrá el ministro espalda y decisión para resistir todas las presiones que ya empezaron a manifestarse ? ¿las medidas anunciadas, de concretarse, son suficientes?
Los efectos de una medida económica nunca son instantáneos, requieren tiempo y la generación de confianza en que las mismas van a dar resultados. En un gobierno con mucho desgaste las posibilidades se reducen drásticamente, con el agravante de que la fragilidad alienta los ataques especulativos, porque al igual que en la naturaleza “los parásitos atacan primero al animal más débil”.
(*) El autor fue diputado y senador nacional y ex presidente de la Auditoría General de la Nación.
Nota publicada en Sumapolitica.com.ar el 6/8/22