Por Miguel Córdoba
A veces, la explicación a las cuestiones más complejas es tan sencilla que resulta extraño encontrarla.
El destino de todo lo que llega a la cima es inexorable. El resto del camino será en descenso. Por el contrario, todo lo que llega al fondo tiende a subir, por un efecto conocido como rebote.
En política, lo primero es siempre aplicable. Lo segundo no tanto, dado que muchos de los que tocaron fondo nunca rebotaron y simplemente pasaron al olvido.
CFK llegó a la cima el día que logró el 54% de los votos en las presidenciales del 2011. Su descenso comenzó al día siguiente. El sueño de una “Cristina eterna” fue solo la ficción que generaron algunos ideólogos para disimular su retiro. Una estrategia que le permitiera bajar y retirarse con la mayor dignidad posible, y con las espaldas mejor cubiertas, por las dudas que algún juez comience a incomodarla como ocurre en la actualidad. Como si ello fuera poco, tras las legislativas de 2013, Massa le destruyó esa ficción y solo le quedó el perverso consuelo de hacer como Nerón con Roma o Hitler con París. Así estamos.
A Macri le tocó lo mismo que le hubiera tocado a Scioli. Y al decir de muchos, está haciendo lo mismo que haría cualquiera. Lo llamen como lo llamen está ajustando. No hay otro remedio ante tamaño desbarajuste de país. En esto se terminó admitiendo lo que Melconian (el otro ministro de economía, el que no fue) había vaticinado.
Claro que a los que no les tocó la responsabilidad de tener que hacerlo, les es fácil decir que lo hubieran hecho mejor. O con mayor “gradualismo”.
Macri no la tiene nada fácil. Su problema no es el kirchnerismo, dado que éste se regenera y vuelve o intenta volver a las fuentes del peronismo. Mucho menos lo es el cristinismo y La Cámpora, dado que pese a los fuegos de artificio, sin territorio y sin votos, su existencia depende hoy casi exclusivamente del desproporcionado espacio que los medios le asignan aun.
El problema de Macri está en quienes lo ayudan. No hace falta que sospeche de dicha ayuda, dado que todos le “marcan la cancha” permanentemente. Los gobernadores desde el Senado; Massa y las centrales sindicales desde todos lados. Ni hablar de la Corte Suprema y los jueces federales.
Su anhelo es el de todo presidente argentino: mantenerse ocho años y en lo posible, elegir su continuador. El primer objetivo está en las legislativas del año próximo y no puede darse el lujo de perderlas a riesgo de irse tras apenas cuatro años de gobierno.
Todas las medidas de ajuste que toma ahora y de golpe, se explican por la simple razón que prefiere caer al mínimo de popularidad lo antes posible, de forma tal que cualquier acierto posterior o mejoría en la situación económica, por leve que sea, comience a ser bien percibida por quienes dentro de un año le tomarán examen al gobierno. Si la economía no se reactiva pronto, podemos caer en una recesión y su destino sellarse para siempre.
Por eso su estrategia es arriesgada. Pero simple